Los contactos en la acción y la raza y el oficio y la cama y la cancha, eran contactos de ramas y hojas que se entrecruzan y acarician de árbol a árbol, mientras los troncos alzan desdeñosos sus paralelas inconciliables. «En el fondo podríamos ser como en la superficie», pensó Oliveira, «pero habría que vivir de otra manera. ¿Y qué quiere decir vivir de otra manera? Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una tal violencia que el salto acabara en los brazos de otro. Sí, quizá el amor, pero la otherness nos dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer. En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness. Cierto que ya es algo»... Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta de sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos.
Pero gentes como él y tantos otros, que se aceptaban a sí mismos (o que se rechazaban pero conociéndose de cerca) entraban en la peor paradoja, la de estar quizá al borde de la otredad y no poder franquearlo. La verdadera otredad hecha de delicados contactos, de maravillosos ajustes con el mundo, no podía cumplirse desde un solo término, a la mano tendida debía responder otra mano desde el afuera, desde lo otro.
Extracto de Rayuela,
Julio Cortázar
De nuevo Cortázar describiendo los personajes inusuales, los personajes que son cualquiera de nosotros permitiéndose otra visión del mundo. Gentes como Horacio, que hacen el amor apasionadamente con Magas, y dejan a Magas porque ya no hay más, ya no hay más estar-solo-con-ella, luego de que la convivencia y las ideas compartidas desdibujan la línea de cada uno de esos dos "yo".
¿ Por qué somos tantos los que buscamos estar solos? Estar, al menos, en esas salas de espejos múltiples y ecos, para refugiarnos cuando ya no hay más ganas de intentar absorber a las personas, de darle forma al mundo y de escuchar más voces y más opiniones que las que pensamos necesarias. ¿Por qué hace falta siempre perderse para entonces ver que hay una mano de otro justo al alcance?
Que el ser humano no es gregario por naturaleza pues?
ResponderEliminarParadojico, si. Amamos la compañia, comunicarnos, que exista ese feedback. Que nos amen.
Pero tambien nos encerramos en nosotros mismos. A veces tras puertas abiertas (para parafrasear una muy buena cancion) entonces, quien nos entiende realmente?
Por que sinceramente, renuncie a todo lo que sea entender a los demas, tengo demasiados problemas tratando de entenderme a mi mismo.
Cheers!
-¿Por qué hace falta siempre perderse para entonces ver que hay una mano de otro justo al alcance?-
ResponderEliminarUfff... resalto esa linea por de mas!
... y yo que me voy quedando sin respuesta!
Salu2 breves!
Lévinas
ResponderEliminar