Voy paseando por una calle, en una ciudad que no es mía. A mi izquierda hay una cerca de alambres, y a su izquierda algo de pasto, y luego un río. ¡Qué pobre se ve ese río!
La calle está pavimentada pero llena de arena, se ve marrón de a ratos. Debe ser por todo el viento que entra desde el fondo del camino. Voy caminando con un poco de desgano, o mejor dicho, sin mucho apresto. No estoy buscando nada y nada me está buscando.
De repente, pasa una sombra y grita. Miro hacia arriba a mi izquierda y es una guacamaya vieja que venía hacia el río y se anunció. Pienso que no vi de dónde salió. Miro hacia la derecha y doy con un edificio. La pared en cáscaras de pintura verde selva, vacío.
No, no está vacío. En el 3er piso a la derecha hay una ventana abierta, y una mujer mirando a través de ella. Mirándome inexpresiva. Me detengo y nos miramos durante unos segundos ella, la guacamaya y yo, las únicas 3 habitantes de ese momento de silencio. Pero yo no veo para qué hablarles. Vuelvo mi cara hacia el frente y sigo.Voy por una acera ahora y es de noche. Llevo un abrigo ligero y puedo escuchar el ruido de los carros varias calles más allá. Voy mirando los reflejos de los faroles en los charcos que dejó alguna lluvia. Me pasan corriendo unos niños. Tres niños delgados y contentos. Sigo adelante. Quiero entrar a un café italiano que veo en la esquina, pero el portero ya me está sonriendo y, de verdad, no quiero tener que hablar. Paso el café.
Es de mañana y llevo otro abrigo sobre un vestido de niña. Voy por calles con mercados, mercaderes, y mucha gente que va y viene sin el apuro de la semana. Lo raro es que ahora no puedo verle los ojos a nadie, pero no me preocupan las cuencas vacías. Voy respondiendo los buenos días con una sonrisa.
Estoy pasando una pared rosada a mi izquierda. Alguien pasa su brazo alrededor de mi cuello y tira de mi bolso. Jadea. Me suelto y le quito el bolso, me doy la vuelta al hacerlo: es Frank. Hubiera querido ver sus ojos, pero estoy mirando directo a dos parches de piel. Alguien sale a llamarle la atención, todo ocurre en un par de segundos. Me apuro un poco y me mezclo entre la gente. Luego, vuelvo a caminar.
Llego al café. Voy a la terraza. Hace sol, me quito el abrigo y me siento en la mesa de fórmica a esperar a Dimana y a Pierre. Llega la mesonera: ya toca pedir. Voy a decirle buenos días primero. Suena la alarma, es hora de despertarme. El cuarto huele al café de las 6 y media.
¡Que manera de despertar!
ResponderEliminarPara mí el día no comienza si no sabe a café n.n