9 de marzo de 2009

Los pseudópodos del hombre, según Horacio Oliveira

Y así, de feuille en aiguille, pienso en esos estados excepcionales en que por un
instante se adivinan las hojas y las lámparas invisibles, se las siente en un aire
que está fuera del espacio. Es muy simple, toda exaltación o depresión me
empuja a un estado propicio a

lo llamaré paravisiones

es decir (lo malo es eso, decirlo)

una aptitud instantánea para salirme, para de pronto desde fuera
aprehenderme, o de dentro pero en otro plano,
como si fuera alguien que me está mirando
(mejor todavía —porque en realidad, no me veo— : como alguien que me está
viviendo).
No dura nada, dos pasos a la calle, el tiempo de respirar profundamente (a
veces al despertarse dura un poco más, pero entonces es fabuloso)
y en ese instante sé lo que soy porque estoy exactamente sabiendo lo que no soy
(eso que ignoraré luego astutamente). Pero no hay palabras para una materia
palabra y visión pura, como un bloque de evidencia. Imposible objetivar,
precisar ese defectividad que aprehendí en el instante y que era clara ausencia o
claro error o clara insuficencia pero
sin saber de qué, qué


Otra manera de tratar de decirlo: Cuando es eso, ya no estoy mirando hacia el
mundo, de mí a lo otro, sino que por un segundo soy el mundo, el plano de
fuera, lo demás mirándome. Me veo como pueden verme los otros. Es inapreciable:
por eso dura apenas. Mido mi defectividad, advierto todo lo que por ausencia o
defecto no nos vemos nunca. Veo lo que no soy. Por ejemplo (esto lo armo de
vuelta, pero sale de ahí): hay enormes zonas a las que no he llegado nunca, y lo
que no se ha conocido es lo que se es. Ansiedad por echar a correr, entrar en una
casa, en esa tienda, saltar a un tren, devorar todo Jouhandeau, saber alemán,
conocer Aurangabad... Ejemplos localizados y lamentables pero que pueden dar
una idea. (¿una idea?)


Otra manera de querer decirlo: Lo defectivo se siente más como una pobreza
intuitiva que como una mera falta de experiencia. Realmente no me aflige gran
cosa no haber leído Jouhandeau, a lo sumo la melancolía de una vida demasiado
corta para tantas bibliotecas, etc. La falta de experiencia es inevitable, si leo a
Joyce estoy sacrificando automáticamente otro libro y viceversa, etc. La sensación
de falta es más aguda en

Es un poco así: hay líneas de aire a los lados de tu cabeza, de tu mirada,
zonas de detención de tus ojos, tu olfato tu gusto,
es decir que andás con tu límite por fuera
y más allá de ese límite no podés llegar cuando creés que has aprehendido
plenamente cualquier cosa, la cosa lo mismo que un iceberg tiene un pedacito
por fuera y te lo muestra, y el resto enorme está más allá de tu límite y así es
como se hundió el Titanic. Heste Holiveira siempre con sus hejemplos.
Seamos serios. Ossip no vio las hojas secas en la lámpara simplemente porque
su límite está más acá de lo que significaba esa lámpara. Etienne las vio
perfectamente, pero en cambio su límite no le dejó ver que yo estaba amargo y
sin saber qué hacer por lo de Pola. Ossip se dio inmediatamente cuenta, y me lo
hizo notar. Así vamos todos.


Imagino al hombre como una ameba que tira seudópodos para alcanzar y
envolver su alimento. Hay seudópodos largos y cortos, movimientos, rodeos. Un
día esos se fija (lo que llama la madurez, el hombre hecho y derecho). Por un lado
alcanza lejos, por otro no una lámpara a dos pasos. Y ya no hay nada que hacer,
como dicen los reos, uno es favorito de esto o de aquello. En esa forma el tipo va
viviendo bastante convencido de que no se le escapa nada interesante, hasta que
un instantáneo corrimiento a un costado le muestra por un segundo, sin por
desgracia darle tiempo a saber qué,
le muestra su parcelado ser, sus seudópodos irregulares,
la sospecha de que más allá, donde ahora ve el aire limpio,
o en esta indecisión, en la encrucijada de la opción,
yo mismo, en el resto de la realidad que ignoro
me estoy esperando inútilmente.

(Suite)
Individuos como Goethe no debieron abundar en experiencias de este tipo.
Por aptitud o decisión (el genio es elegirse genial y acertar) están cono los
seudópodos tendidas al máximo en todas direcciones. Abarcan con un diámetro
uniforme, su límite es su piel proyectada espiritualmente a enorme distancia. No
parece que necesiten desear lo que empieza (o continúa) más allá de su enorme
esfera. Por eso son clásicos, che.
A la ameba a uso nostro lo desconocido se le acerca por todas partes. Puedo
saber mucho o vivir mucho en un sentido dado, pero entonces lo otro se arrima
por el lado de mis carencias y me rasca la cabeza con su uña fría. Lo malo es que
me rasca cuando no me pica, y a la hora de la comezón —cuando quisiera
conocer–-, todo lo que me rodea está tan plantado, tan ubicado, tan completo y
macizo y etiquetado, que llego a creer que soñaba, que estoy bien así, que me
defiendo bastante y que no debo dejarme llevar por la imaginación.

(Última Suite)
Se ha elogiado en exceso a la imaginación. La pobre no puede ir un centímetro
más allá del límite de los seudópodos. Hacia acá: gran variedad y vivacidad.
Pero en el otro espacio, donde sopla el viento cósmico que Rilke sentía pasar
sobre su cara, Dame Imagination no corre. Ho detto.

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