Desde hace 2 años vivo en una habitación alquilada en casa de la Sra. Rosa. Sus dos hijos son super decentes y en el tiempo que llevo acá he llegado a conocer de ellos muchas cosas, entre esas, lo quejones que son con su mamá. Pero se quieren y se ayudan mucho, eso es lo bonito. Uno de ellos se casó hace poco y está viviendo en casa de sus suegros mientras arreglan su casa él y la esposa. Viene de vez en cuando a comer acá y a ver a su mamá.
Hoy me estaba contando la Sra. Rosa que estaba reunida con su hijo mayor en la sala cuando salió su hijo menor a quejarse de la comida, que si otra vez lo mismo, que cómo podía no haber postre, qué sé yo... Luego de que se terminó de quejar, salió su hermano y le dijo "¿Sabes cómo es la cosa, chamo? ¡Tú aquí vives en Disneyland! Yo aquí vivía en Disneyland."
Cuando la Sra. Rosa me lo dice, me echo a reír. Pensé "¡claro que vivía en Disneyland! Uno se va de Disneyland y se da cuenta al rato de donde estaba."
El chico casado añora ahora la comida de la casa que criticaba tanto. La merienda de la tarde, el café listo en el momento que gustara del día, la leche... en fin, todas esas cosas que le gusta comer y que nos regalamos a lo largo del día.
Resulta que esas pequeñas cosas que uno tiene en su casa terminan teniendo un gran peso en nuestras vidas. Yo lo entiendo, más que perfectamente. Desde que me mudé a Caracas, donde inicialmente viví en un apartamento con solo una compañera, muchas de mis amigas maracuchas y de la gente que conocí acá me decía que era envidiable mi situación. Oh sí, ellos estaban locos por independizarse ahora que comenzaban la uni, salir de sus casas y que nadie les mirara la vida. Durante un par de meses lo disfruté. Cocinarme yo, aprender a limpiar la casa, lavar ropa, hacer mis mercados, organizar tranquilamente mis horarios... Luego empecé a llegar a la casa en las noches y a sentir que me hacía falta alguien a quien contarle mi día, alguien que también probara mi comida y me dijera "qué sabrosa", alguien con quien sentir un calorcito de casa. Luego me ocupé más y me mudé a otros sitios, ya nunca sola, y me sentí muchísimo más a gusto. Me quejaba de lo "inútil" que me vuelvo al ir a Maracaibo, porque mi mamá está haciendo por mí casi todo lo que yo hago acá y pues siento que no hago nada. Me daba fastidio, quería volver. Aún me da algo de fastidio, jaja tengo que admitirlo. Pero entonces pienso en las veces que me he enfermado y paso las fiebres sola, en las veces en que no valgo medio y tengo limpiar la casa porque el polvo me enferma, o ir a la farmacia porque si no ¿quién me va a comprar las medicinas para curarme? Pienso en todos los postres que no he hecho porque no me los puedo comer sola. Pienso en las veces que me he parado enratonada, o tarde, y no tengo un desayuno listo o a mi madre ofreciéndome uno para que yo pueda salir rápido, o en las veces que llego tarde y cansada del trabajo y pienso que daría oro por llegar a casa y tener una cena preparada. Y alguien a quien contarle el día. Eso puede volverse tan importante.
Pero esas cosas no las sabemos hasta que no las dejamos. Mi casa en Maracaibo es Magic Kingdom. Maracaibo es mi Disneyland.
Sí, a veces me aburre, me frustra que usen tanta salsa 57 para cocinar, que el arroz sea pegostoso porque así le gusta papi, que mi mamá me critique X o Y, etc. Pero los pequeños detalles son importantísimos.
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