28 de marzo de 2008

Egoísta


Sí, pues de chiquitos a todos nos enseñaron que “ser egoísta es malo”, “¡comparte!”, “ya tú tienes muchos”…podría decir cien frases distintas y apuesto que quien las lea pensará en otras mil. Yo, niña buena, aprendí. Compartí y comparto, y lo disfruto como pocas cosas en el mundo. A la larga me he dado cuenta de que ningún momento vale tanto cuando no está alguien más presenciándolo, viviéndolo contigo. Quizá porque esa segunda (y tercera, cuarta, vigésima)apreciación del instante nos ayuda a recordar que sí, fue real. Lo vivimos.

Por otro lado, a la larga también, me enseñó la vida (sé que “vida” es un asunto de risa a los 20 años pero no tengo otra cosa a la que pueda responsabilizar por esto, sino a mi experiencia) que hay otras formas de egoísmo que jamás habría entendido de pequeña. Una definición de egoísmo que quizá no todo el mundo asocia a esa palabra, porque no conocen su opuesto, su antítesis: el altruismo, el pensar en los otros, el preocuparse real y cálidamente por su bienestar. Una de esas maravillas del hombre que sólo toca al 10% de la población mundial.

El egoísmo “anti-altruista” así visto es una actitud que rechacé por mucho tiempo, ¡qué digo, aún la rechazo!, es algo que sólo puedo entender a medias, porque me es difícil imaginar el peso de un mundo que no compartes porque es sólo para ti, sólo tuyo… pero, ¿se dieron cuenta? Dije que la entiendo a medias. Esa fracción de comprensión al egoísta se la da mi orgullo, que por años he tenido de sobra. Se la otorga mi amor, que no sabe existir sin esperar un calor eventual que lo avive. Se la cede mi miedo, porque recientemente comprendí que darlo todo puede implicar perderlo, todo, y quedarse en blanco buscando un espejo y una foto que te enseñen a redibujar quién fuiste o quién intentabas ser, o sobre qué piso pararte.

Empecé a creer entonces que vivir para los demás es en el fondo un falso enorme, un engaño al estilo y dimensiones de la guerra por la “liberación de Irak”. Porque allí en el fondo el altruista se alimenta y se llena de la sensación y el “thrill” del efecto que tiene sobre quienes hace su magia. Allí vive enamorado del sonido de un “gracias”, o de la visión de una sonrisa que contribuyó a dibujar. Y los espera en secreto y con paciencia, casi con remordimiento.

Viendo así las cosas no me queda sino pensar que es cierto que el egoísmo se lleva en la sangre, en la de todos, y todo. “El hombre es por naturaleza egoísta”, leí alguna vez… alguna derivación de las ideas de Rousseau seguramente, pero una más certera, que ya a mí al menos no me deja dudas. Una lástima, una excusa baja -pero infalible- y un permiso auto-concedido para pensar en mí y en mi bienestar solamente cuando esté frente a casos como el que mencioné de malas inversiones que te llevan a la quiebra. Esas que sólo con suerte te dejan el espejo y el creyón.

Entonces ¿yo, egoísta? A partir de hoy. Cuando no quede de otra.

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