Les cuento de una niña rara. Hoy sólo describo un detalle suyo: vive con una tiza en el bolsillo.
Ya es muy ágil, la bebé. Cuando alguien se acerca, saca de inmediato la tiza y traza un círculo a su alrededor. Es un viejo juego, los demás se quedan afuera de ese reino de frontera blanca, plana y polvorienta. ¿Todos lo entienden? No. Pero al que no lo capte, la niña se lo aclara, sin problemas.
Hay gente, sin embargo, que ya le agarró el chiste y mejoró el juego. Ellos al parecer vieron que, cual esfinge, la niña permite el traspaso y ofrece cosas a los que adivinen sus inventos. ¡Hay gente, de hecho, que ya se acerca sin que la niña recuerde siquiera el círculo de tiza inicial! Las personas del último tipo solo llegan a reírse con ella mientras recuerdan el viejo y tonto juego. Es tan lindo verla reír…
Pero días como hoy pienso que el juego a veces decepciona a la niña. Hoy le ví una expresión forzada en la cara al sacar la pequeña barrita blanca. Es más, apostaría todo a que pensó mucho antes de hacer su círculo, a que se estaba medio aguantando el impulso de dibujarlo. Desde aquí, parece que hay gente que le duele recordar mantener a distancia.
¿Y entonces por qué trazó la línea si se siente así?
Qué raros son los niños a veces. Y más aún nosotros, que nos olvidamos de que lo fuimos alguna vez.
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