Soy un animal nocturno. O bueno, en realidad más adecuado sería decir que soy un ser de la noche. Pero como la gente se ha encargado de darle a esas 4 palabras una connotación de “monstruo”, pues me quedo con el animal. Soy un animal nocturno. Lo digo porque amo la noche.
Amo su firmamento que, incluso estando desnudo, permanece insondable, e irónicamente más bello… presenta a la noche como una mujer sin complejos que muestra orgullosamente sus lunares titilantes. Y que permanece así: orgullosa, oscura y llena de secretos. Me fascinan sus lunares, lo heredé de mi papá.
Me encanta su olor a cambio, porque el mundo, al fin escondido, se desviste y parece limpiarse. Como si preparara para otro día que pudiese –quién quita- ser uno especial. Y se me contagia el optimismo en ese acto, con ese olor. Los síntomas siempre aparecen al día siguiente… siempre y cuando deje mis ventanas bien abiertas mientras duermo.
Amo la noche, y que todo en ella juegue a ser un misterio. Porque se nos muestra siempre, desde siempre, y aún ha logrado que sean pocos los hombres que no le temen con el mismo temor que le tienen al mar, pocos los que se aventuren a perderse en ella. Pocas cosas tan extremadamente ordinarias como la noche nos despiertan tanto interés, o logran maravillarnos tan frecuentemente. ¿A cuántos no nos gustaría pedirle unos tips al respecto?
Amo la noche, y que te arrulle los sueños con esa voz que el mundo le presta. Con luna o sin ella, tiene su manera de reflejar las cosas y de iluminar los ojos. Maquilla a Caracas, y saca a relucir el espíritu de Maracaibo y el calor del hogar en Bélgica. Por encima de la oscuridad y por debajo del silencio (allí, entre los colores que se pierden) ella condensa un “replay” de todo lo que fue en el día. Enseña a observar, y enseña a crecer.
Me recuerdas a Goethe: "La noche es la mitad de la vida; la mejor mitad".
ResponderEliminarBesos.