6 de febrero de 2012

Así estamos, tío


... ha tocado bañarte en crema y hueles a Nivea, y me encanta. Porque Nivea huele a ternura y eso es lo que más tienes.
Ahora que saliste de la clínica quisiera lanzarme encima de tí a abrazarte, pero siento que te voy a romper. Ahora lo que más me alegra es ese micro-besito que alcanzas a darme cuando te acerco mi mejilla lo suficiente. Si por años te admiré, hoy por hoy me da orgullo ver la solidaridad que te has ganado de quienes te conocen.

A veces me da miedo. Miedo de que estés sintiendo esa cosa comerte por dentro. De que no te deje apreciar las cosas buenas que han venido a rodearte estos días. Pero prefiero imaginar que no, que las medicinas y Dios te ayudan a no sentirlo, a estar tranquilo.

Hoy ya no pudiste hablar. Pero conmigo (igual que con los de tu casa) sigues contando para escuchar historias, recibir besos y sonrisotas. Yo sé que tú sabes todo eso que no te hemos dicho ni los doctores ni nosotros. Mas también sé que eres valiente, porque todos los que he conocido de tus antiguos comandos te tratan con admiración. Lo que no sé es si tú, como yo, aún estás apostando en el fondo a que no se te hayan acabado aún tus dosis de milagros. Ya te saliste de esta 2 veces, ¿quién quita?

Ya no podemos hablar, tío. Y no me atrevo a decirte estas cosas cuando la respuesta tendrá encierro obligatorio. En cambio sí me atrevo a ir a verte. Decirte que te quiero, desearte tranquilidad, paz... y llevar alguito de esperanza guardada en el bolsillo.

Así estamos. Calladitos nos entendemos.

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