Creo que me lo preguntó porque vio la cara con que estaba mirando las águilas en la jaula.
Admiro las águilas, sí, pero nunca he querido ser una. Una parte de mí estaba pensando en los halcones de al lado. Siempre he querido tener un halcón. Y si me convirtiera en ave, sería eso.
Los halcones son mucho más de lo que aparentan.
Son mucho más que la primera impresión que nos dan, pequeños, pardos y quietos.
Ahora estaba echada en mi silla, vagueando y dedicada solo a observar los cambios de color en el paisaje -en mi residencia, mi cuarto tiene una ventana que ocupa toda la pared y sólo se ve cielo, unas lomas que deben ser la Tahona, y unos edificios bonitos arriba- al caer la tarde. No se movía nada. Y entonces apareció un pájaro planeando por la derecha, arriba. Lo ví a contraluz. -Un halcón, pensé- Pudo ser un águila. Era grande. Y magnífico.
Esa imagen me lanzó a pensar en algo de mi niñez, en el amor de mi papá por las águilas, y en mis ganas de ser un halcón. En el por qué de un halcón y no un águila para una niña que se pasó unos buenos 16 años intentando complacer a su(s) papá(s).
Y es que, de niña, pensaba que los ojos de las águilas vigilan, mientras que los ojos de los halcones "piensan"; que las águilas se enorgullecen de/al volar, mientras que los halcones disfrutan el vuelo. Los halcones me hacían pensar en la sensacion de tener aire empujándote hacia arriba. Tan "en contra de lo normal" pero tan fácil... Mi papá me explicó que era muy difícil tener un halcón, porque había que saber entrenarlos.
Hoy me di cuenta de que sigo teniendo la misma impresión.
Por eso ayer, mientras la otra parte de mí se dejaba impresionar por las águilas, yo estaba saludando a los halcones.
